martes, 18 de abril de 2017

SOLA FE. NO HAY OTRO EVANGELIO

NO HAY OTRO EVANGELIO/SOLA FE
1Corintios 15:1-11 (DHH) 1Ahora, hermanos, quiero que se acuerden del evangelio que les he predicado. Este es el evangelio que ustedes aceptaron, y en el cual están firmes. 2También por medio de este evangelio se salvarán, si se mantienen firmes en él, tal como yo se lo anuncié; de lo contrario, habrán creído en vano.
3En primer lugar les he enseñado la misma tradición que yo recibí, a saber, que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; 4que lo sepultaron y que resucitó al tercer día, también según las Escrituras; 5y que se apareció a Cefas, y luego a los doce. 6Después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, la mayoría de los cuales vive todavía, aunque algunos ya han muerto.  7Después se apareció a Santiago, y luego a todos los apóstoles.
8Por último se me apareció también a mí, que soy como un niño nacido anormalmente. 9Pues yo soy el menos importante de los apóstoles, y ni siquiera merezco llamarme apóstol, porque perseguí a la iglesia de Dios. 10Pero soy lo que soy porque Dios fue bueno conmigo; y su bondad para conmigo no ha resultado en vano. Al contrario, he trabajado más que todos ellos; aunque no he sido yo, sino Dios, que en su bondad me ha ayudado. 11Lo que importa es que, tanto yo como ellos, esto es lo que hemos predicado, y esto es lo que ustedes han creído.

¿QUÉ ES EL EVANGELIO?
¿Un anuncio? ¿Una persona? ¿Un mensaje? ¿Una promesa o una profecía? ¿Un acontecimiento? 
De acuerdo con Pablo, él recibió una tradición y la pasó. Eso que pasó es un anuncio relacionado con una persona, sólo una, llamada Jesucristo. 
Lo cito: «3En primer lugar les he enseñado la misma tradición que yo recibí, a saber, que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; 4que lo sepultaron y que resucitó al tercer día, también según las Escrituras…»
¿Qué decía este evangelio? ¿Cuál era su contenido? 

1. Cristo murió por nuestros pecados. 
2. Fue sepultado. 
3. Resucitó al tercer día. 
4. Todo sucedió de acuerdo con las Escrituras. 

Luego, pues, el evangelio descrito por Pablo es un anuncio que sigue una tradición apostólica. 
¿Tal anuncio se originó con Cristo? No. Se originó con Dios, el Padre, desde los orígenes de la humanidad. 
Dios prometió un remedio para los pecados de la humanidad. Un descendiente de Eva, la mujer. 
El primer punto: 1. Cristo murió por nuestros pecados, implica varios puntos. a). admitir la propia culpabilidad delante de Dios, aceptar que somos culpables de su muerte y que pecamos a lo largo de toda nuestra vida; b) también implica confesar nuestros pecados ante Dios y sólo ante él, quien tiene el poder de perdonarlos. Sólo él perdona nuestros pecados, como dice el Padre Nuestro: “y perdónanos nuestros pecados así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Todo pecado es una transgresión a las leyes divinas y nadie, ningún hombre, llámese sacerdote, pontífice o ministro, tiene poder para perdonar nuestros pecados, excepto los que se cometan contra él; c). Reconocer que sólo Cristo ha pagado por todos nuestros pecados. Todos, y que no hace falta ningún otro añadido. No se puede modificar el anuncio del evangelio. Hacerlo hace maldito a quien lo modifica y no hay por qué hacer más sacrificios, ni simbólicos ni físicos, y tampoco ritos ni liturgias religiosas. Su sacrificio ha sido absolutamente suficiente y aprobado por Dios; d). Creer en el evangelio es asunto de fe. Significa creer que en Cristo, por la gracia de Dios, somos salvos del infierno, de una condenación eterna. Sólo creer, tener fe en Cristo, es el todo del evangelio. 
Ésas son algunas implicaciones del primer punto: Cristo murió por nuestros pecados. 
El segundo punto: 2. Fue sepultado. No sepultaron un símbolo, un muñeco o un cadáver de otra persona. Sepultaron a Cristo. No fue sepultado en cualquier sepulcro, uno anónimo, irreconocible, entre gente común. Aun su sepulcro era parte de profecías y planes de Dios. 
El tercer punto: 3. Resucitó al tercer día. La muerte no es un suceso natural, como parte de la creación. Es antinatural. Lo natural creado por Dios es la vida. Morir es consecuencia de ser pecador, no el fin de un ciclo biológico. Morimos porque la paga del pecado es muerte. No porque sea el cierre de un ciclo biológico. Morimos porque pecamos. 
Por lo tanto, si Cristo muere, pero jamás pecó, la muerte no lo puede retener. A nosotros tampoco, si creemos que murió por nuestros pecados.
Su muerte significó el fin del dominio del pecado y del diablo sobre la humanidad creada por Dios, aunque no de toda la humanidad. 
El dominio de la muerte, del diablo y del pecado no aplican para los redimidos, para quienes creen en Cristo y le dan su fe, creyendo que la vida de él es de ellos también. Así, su resurrección es le demostración del triunfo de la vida sobre la muerte, la victoria de la santidad sobre el pecado y la comprobación de que Cristo es la vida de la vida, la vida misma, la vida de sus discípulos, la salvación eterna de quienes tienen fe en lo que él hizo. 
4. Todo sucedió de acuerdo con las Escrituras. Cristo es el centro a quien apuntan todas las profecías del Antiguo Testamento. El anuncio del evangelio no es un pueblo, llámese Israel u otro. Nadie, ni persona ni pueblo, es el centro de las profecías dadas por Dios, sino Cristo. 
Cristo es el criterio de interpretación de toda profecía y promesa de Dios para la humanidad, representada en su momento por Abraham y su descendencia. 
Toda profecía, toda promesa en el Antiguo Testamento ha de ser interpretada con un enfoque cristológico. Cambiar el esquema modifica y altera la sustancia y esencia del evangelio. 
Hoy celebramos la vida de la vida, la vida misma. Hoy adoramos a quien es el pan de vida. Le rendimos culto. Él es el centro de nuestra adoración, que no reducimos a cantarle. Para nosotros adorarlo no se reduce a cantarle. Reducir a eso la adoración a Cristo, ¡crea otro evangelio! Lo adoramos siguiéndolo cada día, renunciando a nosotros y poniéndolo a él como nuestra suprema autoridad, supremo valor, nuestro Dios supremo.
Adoramos a Cristo porque lo amamos. Somos sus siervos, adquiridos con su sangre, comprados a gran precio, no porque valgamos mucho, sino porque el pago fue mucho, su vida misma. 
Él lo vale todo. Todo esfuerzo, toda afrenta que nos haga el mundo por amarlo, seguirlo y dar todo por él. 
No obstante, sí hay riesgos en nuestra fe, que ha sido atacada desde su inicio por quienes han elaborado un evangelio que no es evangelio. Pablo, el apóstol, tuvo sus tribulaciones y hoy día siguen vigentes los riesgos y ataques, como podemos en la Escritura y en el día de hoy. 

OTRO EVANGELIO
Cito a Pablo en Gálatas 1.6-10, Biblia del Peregrino, leemos 6Me maravilla que tan pronto hayáis dejado al que os llamó por puro favor, para pasaros a un evangelio diverso; 7no es que sea otro, sino que algunos os están turbando para reformar el evangelio del Mesías. 8Pero si nosotros o un ángel del cielo os anunciara un evangelio diverso del que os hemos anunciado, sea maldito. 10Como os tengo dicho y ahora os lo repito, si alguien os anuncia un evangelio diverso del que recibisteis, sea maldito. 10Pues ahora ¿trato de conciliarme a los hombres o a Dios? ¿Intento agradar a hombres? Si todavía quisiera agradar a los hombres, no sería siervo del Mesías. 
Gálatas 1:6-10 (DHH) 6Estoy muy sorprendido de que ustedes se hayan alejado tan pronto de Dios, que los llamó mostrando en Cristo su bondad, y se hayan pasado a otro evangelio. 7En realidad no es que haya otro evangelio. Lo que pasa es que hay algunos que los perturban a ustedes, y que quieren trastornar el evangelio de Cristo. 8Pero si alguien les anuncia un evangelio distinto del que ya les hemos anunciado, que caiga sobre él la maldición de Dios, no importa si se trata de mí mismo o de un ángel venido del cielo. 9Lo he dicho antes y ahora lo repito: Si alguien les anuncia un evangelio diferente del que ya recibieron, que caiga sobre él la maldición de Dios. 10Yo no busco la aprobación de los hombres, sino la aprobación de Dios. No busco quedar bien con los hombres. ¡Si yo quisiera quedar bien con los hombres, ya no sería un siervo de Cristo!
No hay otro evangelio. Sólo uno. El evangelio diferente, en griego dice ἕτερον εὐαγγέλιον. Héteron o héteros significa evangelio distinto, diferente, extraño, alien, ajeno… otro, no apostólico, no cristiano, no bíblico. Entonces no es evangelio. 
Si no es evangelio, ¿entonces qué es? En todo caso es un anuncio ajeno y extraño al anuncio bíblico. Y si lo ve, el fruto es distinto, los resultados del evangelio bíblico y del otro, son diferentes. 
¿Qué tiene en el centro este evangelio? ¿A dónde apunta? ¿Cuál es su meta? 
De acuerdo con algunas traducciones, Pablo golpea el núcleo de este evangelio héteron, ajeno, extraño…
La RVR60 dice: Gálatas 1:10 «¿busco ahora el favor de los hombres, o el de Dios? ¿O trato de agradar a los hombres? Pues si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo.
La Biblia del Peregrino dice: « ¿trato de conciliarme a los hombres o a Dios? ¿Intento agradar a hombres? Si todavía quisiera agradar a los hombres, no sería siervo del Mesías.
Pregunto entonces. ¿A dónde apunta el anuncio (dejaré de llamarlo evangelio)? ¿Cuál es su meta? ¿Qué tiene en el centro este anuncio?
¡Al hombre! Es un mensaje humanista! ¡Y su meta es agradar a los hombres!, ¡su meta no es agradar a Dios! 
Su meta es que la audiencia sea complacida, sus sueños, sus deseos y expectativas sean mantenidas como el sentido de la vida, la prioridad más importante de su vida. 
Y puesto que el hombre es el centro de este mensaje, entonces, hay que darle al hombre lo que lo complace, el ensueño, el engaño de que se merece el mayor placer posible, de cuantas maneras esté a su alcance. 
Por eso se le dan doctrinas pervertidas o perversas que no tienen su origen en La Biblia, La Palabra de Dios. 
Tienen su base y fe en la palabra humana. En este mensaje el centro de sí mismo es el hombre y su palabra, no la de Dios. 
«Yo declaro» «Yo decreto», no es sino la fe desviada de Dios, apuntada hacia la palabra propia. No es fe en Dios, sino fe en la palabra de quien la pronuncia. 
Así, la fe no descansa en el único evangelio, sino en el anuncio pervertido y maldecido por el apóstol. 
Quien predica al hombre, para agradar al hombre, no es siervo de Cristo. En palabras de Pablo: «Si todavía quisiera agradar a los hombres, no sería siervo del Mesías.
Y sin embargo, dicen ser «apóstoles, siervos, profetas, pastores o reverendos del Mesías».
Pablo los desmiente. 
Más son los detalles de este anuncio. Al pretender agradar al hombre le hacen creer que sus palabras son como las de Dios, no volverán a él (al hombre) vacías… le hacen creer que son ungidos y sus palabras tienen el mismo poder que el de Dios, quien hace que su palabra se cumpla sólo por pronunciarla. 
Hacen de los creyentes lo mismo que Satanás con Eva: “serán como Dios, tendrán el mismo cocimiento, podrán hacer lo mismo que él”. Estoy parafraseando. 
Así que el anuncio de la prosperidad, que no es sino adoración diabólica al materialismo, al dinero y al placer, en sentencia apostólica paulina, no es sino caer bajo maldición. 
Cuidado, podríamos caer, todos, en un anuncio, en una fe ajena al evangelio. 
Adoramos a Cristo porque es Dios. Confesamos, declaramos que él es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Afirmamos que es el único mediador entre Dios y los hombres. También creemos y tenemos fe en él, de que abrió el acceso al Padre para tener comunión eterna con Dios sin necesidad de intermediarios…
¿Entonces, cómo podríamos desvirtuar y pervertir un evangelio así? No estamos lejos algunos cuando oímos que algunos evangélicos creen que la música nos hace sentir espirituales, que cantar lo más ruidoso posible o lo más romántico y emocionales, ¡eso nos lleva a Dios! ¡Mentira del diablo! ¡Mentira de Satanás! ¡Engaño enfocado en tratar de agradar al hombre! ¿A cuál hombre! ¡Al hombre vedette que se cree espiritual! ¡Al que se cree la diva! ¡O divo! ¡O súper espiritual! 
Lo repito: ¡engaño diabólico! ¡Sólo hay un camino al Padre! ¡Sólo uno! ¡Sólo uno nos lleva al Padre! ¡Sólo uno! ¡Cristo y nadie más!
¿Quieren ver escenarios para agradar al hombre? No digamos varones maduros (hablo de maduros o pasaditos de, por la edad, no por madurez en la fe). Veamos a líderes religiosos y sus esfuerzos por agradar. 
¿Qué hacen del lugar de reunión? ¡Un antro! ¡Luces! ¡Carne! ¡Carne satisfecha! ¡Carne agradada! ¡Carne complacida! 
Pero Pablo dijo: «Si todavía quisiera agradar a los hombres, no sería siervo del Mesías. ¿Entonces de quién es siervo? ¿Al servicio de quién está?
En la lista de querer agradar al hombre caen el baile, la música en un culto, el escenario, el tema de la predicación que se presenta como “conferencia” o como “discurso motivacional” o como “recomendaciones para la salud” y podemos agrandar la lista. Nos faltarían minutos y mucho tiempo para ver hasta dónde llega el anuncio diabólico, humano que busca agradar al hombre, satisfacer la carne. 

MALDICIÓN APOSTÓLICA
¿Qué es entonces este anuncio? ¡Un anuncio maldecido o maldito! Así lo sentenció el apóstol. …si nosotros o un ángel del cielo os anunciara un evangelio diverso del que os hemos anunciado, sea maldito. 10Como os tengo dicho y ahora os lo repito, si alguien os anuncia un evangelio diverso del que recibisteis, sea maldito. 10Pues ahora ¿trato de conciliarme a los hombres o a Dios? ¿Intento agradar a hombres? Si todavía quisiera agradar a los hombres, no sería siervo del Mesías. 
¿Cómo quedan ante el apóstol los que predican un mensaje no bíblico, un mensaje en el cual Cristo no tiene nada que ver? ¿Qué opina o qué dice el apóstol Pablo de todos los que “predican” un “hétero evangelio”?
Su sentencia es clara… no son bendecidos. Todo lo contrario. ¿Y en qué papel quedan los que lo siguen? ¡Tampoco son vistos bajo bendición! Están siguiendo en “hétero evangelio”. 
Son cientos de miles los que predican un evangelio diferente, porque agregan para la salvación otros detalles. Creer en Cristo, más buenas obras, más ofrendas, más otros mediadores u otros sistemas litúrgicos…
Yo me confieso ante ustedes hoy. Me gustaría exponer mis deseos de predicar otro evangelio. Uno diferente… Estoy consciente de que sería bíblico. Me explico: me gustaría predicar un evangelio sin infierno, sin condenación eterna, sin castigo después de la muerte. 
Me gustaría predicar que es posible una oportunidad para ser salvo después de morir. Me gustaría predicar que es posible tener vida eterna aun cuando no se creyera en Cristo, pero que al morir se tenía fe en una persona, un líder de buena fama, como los fundadores de religiones. Me gustaría predicar que hay más de un camino para llegar a Dios… Pero… Pero… Pero… 
No es compatible, nada de eso, con lo predicado por Cristo. Así, que ser discípulo de Jesús nos exige regular lo que creemos, lo que predicamos y anunciamos, ajustado a lo que él enseñó, predicó, profetizó y exige. 
Y él dijo que no hay otro camino, sino sólo él. Que quien rechace su enseñanza va la destrucción. Quien niegue que él es el Ungido de Dios, el Mesías, irá al infierno, a la condenación eterna. Afirmó ser quien muere por los pecados de quienes crean en él. Sólo para ellos, quienes crean eso, su muerte opera en su favor. Afirmó ser Dios, y que resucitaría al tercer día después de morir, hizo declaraciones proféticas que ya se han cumplido y cumplirá todo cuando dijo, como su segunda venida y el juicio de todas las naciones, así como el establecimiento de su reino en la tierra, con él como rey de toda la humanidad en la nueva creación. 
En medio de toda la maraña, el evangelio hace la diferencia entre quienes creen en él lo anuncian a él, o los que anuncian maldición. 
Él, Cristo, hace la diferencia. Sus discípulos no buscan agradar a los hombres, y quienes lo siguen no buscan quien les dé el mensaje que les gusta, sino el mensaje bíblico puro, el mensaje del evangelio bíblico, apostólico y mesiánico, el mensaje del Padre, de Cristo y del Espíritu Santo. 
Ese mensaje nos dice que su enseñanza es poderosa para cambiar nuestra vida, pensamientos, destino eterno, relaciones de todo tipo, actos, metas en la vida, proyectos… con un final de luz que le da gloria a Dios, porque vivimos para él, lo anunciamos a él y predicamos que Cristo vive, que él es el Ungido de Dios, que reina, es el rey eterno y que cumplirá todo cuanto prometió, que es el Buen Pastor, el custodio predicado por Judas, quien llevará a buen término, a donde tiene que llegar toda oveja.  
Resurrectó. Dios el Padre lo levantó de entre los muertos. Ése es el evangelio del triunfo de Dios, no el éxito financiero predicado por el diablo, o el de llevarnos a la presencia de Dios anunciado por músicos u otros exóticos predicadores. 
Resurrectó es la confirmación de que cuanto dijo es cierto. Él es el todopoderoso, quien vence muerte, diablo, mundo, carne, pecado.

Él es tu vida, tu pastor, tu guía, tu redentor y salvador. Síguelo, ámalo, anúncialo, porque quiere que más gente se arrepienta de sus pecados y tengan vida eterna para contemplar su gloria por la eternidad junto con la familia de Dios. 

viernes, 7 de abril de 2017

SOLA FIDE I

SOLA FIDE I
הִנֵּה עֻפְּלָה לֹא־יָשְׁרָה נַפְשֹׁו בֹּו וְצַדִּיק בֶּאֱמוּנָתֹו יִחְיֶה׃
Habacuc 2:4 (BHS Bible)
4He aquí que aquel cuya alma no es recta, se enorgullece; mas el justo por su fe vivirá. Habacuc 2:4 (RVR1960)

La Reforma dejó una base teológica basada en 5 principios: Sola Escritura, Sola Gracia, Sola Fe, Solo Cristo, Solo a Dios la Gloria. 
Habacuc 2.4, uno de los textos más citados por el Nuevo Testamento, en especial por el apóstol Pablo, es importante en el tema de la fe. 
Dicha importancia, sólo fe, la enmarca el apóstol en relación con la justificación. 
En Habacuc la fe da vida. Contrario a la fe está el orgullo. Aun cuando en nuestras culturas occidentales se conciba como contrario al orgullo la humildad. 
No obstante, la humildad es parte de la fe, pues en ésta se encuentra un factor rechazado por los arrogantes: dependencia. 
Por el contrario, la autonomía rechaza la fe, pues de suyo ser autónomo destaca el potencial humano, la certeza de la capacidad personal, confianza en la autoestima, en que uno puede lograr sus metas sin depender de Dios y el rechazo a él y sus ofertas, como Cristo, su perdón y redención.
La autonomía rechaza la fe, y con ella rechaza a Dios. O al contrario, rechazar a Dios es igual a despreciar la fe y rechazar a quien se le tendría fe, a Dios mismo. 
De cualquier manera uno no se desprende de la fe, aun cuando se rechace a Dios, pues en todo caso la fe autónoma es reflexiva, dirigida a uno mismo. 
Así, la fe descansa en lo que uno proyecta, con sus limitantes históricos. Terminará en y con la historia personal, aun cuando una persona con toda su autonomía tenga fe en dejar un legado que lo trascienda por varias generaciones. 
Con todo ello, a pesar de todo, su fe terminará con él, será sepultado con todo su poder autónomo. 
Habacuc predica en medio de grandes conflictos internacionales. Su país sufre invasión, asedios y matanzas. En éstas (las matanzas) brilla la gloria de Dios, es decir, él engrandece su nombre al llevar a cabo su justicia y castigar a un pueblo rebelde, necio, idólatra, inmoral de muchas maneras. 
Dios engrandece su nombre y su justicia. Muchos habrán de morir, miles, sin embargo, él establece una manera de sobrevivir: tener fe en él. 
Contrastan en Habacuc la muerte con la vida, la rectitud y la fe con el orgullo, y el culmen es la vida obtenida por medio de la fe. 
Una persona recta vive en plenitud; es justa. Rectitud y justicia son un binomio bíblico en Habacuc. La persona cuya alma es recta, tiene estas cualidades: es derecho o parejo; endereza sus caminos, hace que la vida sea agradable, próspera y dirige todo con rectitud. 
Rectitud, en hebreo, es la palabra yashar (יָשְׁרָה). En este enfoque es recto porque toma en cuenta a Dios. Lo que él diga (Dios) es verdad, creíble, incuestionable, ciertísimo y confiable, veraz. 
 Alguien recto confía en Dios. “Confiar” tiene, como término, su raíz en fe. Significa “con fe”. Dios es confiable. 
Ha cumplido todo cuanto ha prometido, y su mayor promesa, desde un principio, fue enviar al Mesías Jesucristo para salvar a quienes crean en él, en el anuncio del evangelio. (Cristo es el centro del evangelio.)
De allí que en el cuadro descrito por Habacuc el orgulloso desprecie a Dios, lo eche fuera de su vida. Prefiere aferrarse a la fe en sí mismo, en vez de aceptar la oferta de Dios y creer en Cristo. 
Opta, el orgulloso, por la muerte, fruto de su autonomía, en vez de recibir con beneplácito la graciosa oferta divina de creer en Cristo y recibir la vida ofrecida por Dios, en Cristo. 
Si alguien asemejara la muerte con el orgullo o los pusiera en paralelo, estaría en lo cierto a la luz de lo dicho por Habacuc. Orgullo y muerte son siameses. Sin cirugía ni remedio que los separe. Nacieron para morir iguales. 
Carecer de rectitud es abundar en orgullo. Y abundar en orgullo es igual a vivir en incredulidad y rechazo de Dios y las virtudes santas dadas por Dios, como la humildad. 
Cristo fue y es el hombre modelo por excelencia. Cumplió en todo, a la perfección, los requisitos de las normas establecidas por la Ley de Dios manifestadas en el Pentateuco. 
Sólo él ha cumplido absolutamente a la perfección tales demandas. Hacerlo requería ser divino, humilde, depender de Dios en todo
Por una sencilla razón: significaba, en todo, hacer una voluntad ajena, la de Dios, no la propia, manifestada en la ley.
Conllevaba creerle todo a Dios, poner por encima de la propia convicción, la del Padre y, junto con ello, practicar las convicciones de él. 
Así, vemos al hombre llamado santo, Cristo, cuya vida es presentada con rectitud plena en todos sus aspectos. 
El hombre de fe, absoluta y total, es Cristo. Otros hombres de fe son quienes creen en el evangelio y lo anunciado por los apóstoles de Cristo. Como Abraham, que le creyó a Dios y le fue contado por justicia.

El justo por su fe vivirá. 

“El justo” es alguien relacionado con Dios. Tal relación es de convivio, compañerismo y adoración. 
“El justo” es considerado sin culpa, puro, limpio y recto por y delante de Dios. No tiene pecado, ni nada que lo distancie de Dios, ni vive enemistado con él. 
Contrastado con “El justo”, es el orgulloso, cuya alma no es recta. “El justo” lo es porque le cree todo a Dios, es humilde y le dice “sí” a lo declarado por Dios, recibe sus ofertas, su mensaje y su perdón. 
“El justo” admite ser culpable y carecer de méritos delante de Dios. Pero Dios le ofrece una justicia no humana, la de Cristo. 
La gloria de Dios cubre la tierra como las aguas la mar, en la visión de Habacuc. 
Esa gloria son miles de muertos. La tierra entera está cubierta de cadáveres de quienes no le creyeron a Dios y sí creyeron en sí mismos. Eran autónomos, gente con alta autoestima, humanistas con fe en la humanidad, en sí mismos, en las capacidades del hombre, de todo ser humano. 
Esa fe era el reverso de la rectitud. Maldad pura en esencia. Gente que, con su vida, maldecía a Dios. 
El reverso o contrario del malvado era el que bendecía a Dios con tenerle fe, con creerle. 
En eso consiste la justicia del evangelio anunciado por Habacuc: El justo por su fe vivirá
Sobrevivieron a la manifestación de la gloria de Dios (las matanzas) quienes le creyeron a Dios. 
Creerle a Dios da vida. La fe dada por Dios es fe redentora, fe que salva y preserva la vida para la gloria de Dios (gloria de vida, comunión y adoración). 
El justo por su fe vivirá. Cristo, como centro del evangelio, como el evangelio mismo, es quien personifica el mensaje que da vida. Creer en el evangelio es creer en Cristo. 
El justo por su fe vivirá. En el evangelio se pone de manifiesto (se revela, se hace objetivo y visible) la justicia de Dios. 
La Ley (expresada en la Torá, con sus exigencias) establecía maldición a quien la recibiera y no la cumpliera. 
Nadie, jamás, tendría la perfección exigida por la Ley para cumplirla. Por eso todo hombre está bajo la maldición de la Ley, porque jamás podrá cumplirla. Así lo establece la misma ley. 
Cristo, el único con cumplirla a cabalidad, le da plena satisfacción a Dios con su vida, justicia y rectitud. 
Pero al morir (su muerte vicaria) es nuestra muerte, nuestra maldición es suya y su justicia, obediencia y rectitud pasan a ser nuestras. 
Por eso su paz con Dios, vivida en su relación, es nuestra, de allí la declaración del apóstol: “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo”.
Su paz vivida con Dios es nuestra, como nuestra su vida, su santidad, rectitud, pureza, sabiduría, redención.. ¡Él es nuestro todo!
Su justicia ahora es nuestra, como suya nuestra culpa. Nuestra es su bendición, como suya nuestra maldición. 
 En él somos perdonados, recibidos en comunión con Dios, ¡Sólo porque creímos que él es justicia nuestra!
¡Sólo por creer en el evangelio! Y eso derrumba y colapsa la vanidad, el orgullo y la altanería del alma que no es recta. 
¡Pero le da gloria a Dios!
Creer en el evangelio nos posiciona sin méritos delante de Dios, pero exalta los de Cristo y su gloriosa gracia, perdón y amor divinos. 
La fe que justifica humilla al hombre y le da gloria a Dios y adoración a Cristo, cuya muerte es la muerte de la muerte, y su resurrección la demostración de su santidad y el poder de la vida divina. 
La fe cree cuanto dice La Biblia de Dios y del hombre. Él es santo, eterno, sublime, todo poderoso, único, soberano y creador y nosotros (la humanidad) pecadores, irredentos, incapaces de lograr méritos delante de él, incapaces de vencer la muerte, el pecado y al diablo. 
Toda victoria es de Cristo. Él ha logrado todo. Él es supremo. Él es Dios, santo y todo poderoso. Es manso y humilde de corazón. Él es el siervo elevado al más grande, alto y santo honor, pues se le ha dado el nombre que es sobre todo nombre, el de Jehová o Yavé. Es hombre y es Dios eterno.
Creer en él, tenerle fe, creerle a él, eso nos hace justos. ¡Sólo creer en el evangelio, que afirma el perdón de Dios si uno asume como propio el sacrificio de Cristo!
¿Quién puede tener esa fe? ¡Nadie! A menos que le sea dada. Es fe que salva. ¿Y quién salva? ¡Sólo Dios!
El humanista dice que el hombre puede llevar a cabo lo que Dios le pida. Sin embargo, La Biblia dice que las obras de Dios sólo él las puede llevar a cabo y dice, contundente, que la salvación pertenece a Jehová, y que “en el evangelio se revela la justicia que proviene de Dios, la cual es por fe de principio a fin… (Romanos 1.17 NVI”
Todo es de fe desde su inicio hasta su fin. Dios comienza la buena obra y él la consuma, no el hombre. 
Por eso la fe que salva pertenece a, es de origen de, y viene de Dios, de principio a fin. 
Pablo redondea por todos lados la doctrina de la fe, gracia, salvación manifestados en el evangelio; dice: «Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe» Efesios 2:8-9 (RVR1960).
Fe, gracia y salvación son don de Dios. Todo pertenece a Dios y nosotros también, por eso somos hechura suya, creados para buenas obras, y la buena obra es creerle a Dios. 
Dicho de otro modo, fe es hacer nada, fe es hacer todo. Nada con respecto a los méritos propios, y todo por creer que Cristo lo hizo todo. 
Sola Fide. Sola fe. En Cristo. 
La sola fe es en Cristo, depositada en él y sus méritos. La fe que salva es como una ecuación: FE + NADA. 
Cristo lo ha hecho todo. Aun cuando hay creyentes en Cristo que invalidan la fe del evangelio por creer que uno es salvo por tener fe en Cristo y las buenas obras, fe en Cristo y la ayuda de los santos o las vírgenes o fe en Cristo y las indulgencias o fe en Cristo y el sacrificio incruento realizado en la misa… 
Pero… La Biblia dice que sólo por fe en Cristo somos salvos de todo: la muerte, y la condenación eterna, salvos del infierno. 
Los malditos seguirán con sus convicciones que los colocan bajo esa condición de malditos, por creer que pueden lograr su salvación con buenas obras. 

Los bienaventurados seguirán adorando y bendiciendo y amando a Cristo con todo su corazón, viviendo para él y compartiendo el evangelio de la fe y la gracia dados por Dios en Cristo, a quienes sean la gloria, el honor, la majestad y el poder por todos los siglos, con todo nuestro apasionado amor. Amén. 

miércoles, 8 de febrero de 2017

SOLO FE

LA FE
Y creyó a Jehová, y le fue contado por justicia. Génesis 15:6 (RVR1960)
El insolente no tiene el alma recta, pero el justo vivirá por su fe. Habacuc 2:4 (NVI)
He aquí que aquel cuya alma no es recta, se enorgullece; mas el justo por su fe vivirá. Hb 2:4 (RVR1960)


La fe declara la total incapacidad humana y el absoluto poder de Dios. Es, la fe, el escenario de las capacidades humana y divina. Una humillante, la otra gloriosa. 
El apóstol Pablo encara la fe y las obras. 
Presenta la fe como “abandonarse a Dios”, un decirle “sí, acepto tus condiciones”, confrontado con “las obras humanas”.
Desde la perspectiva de la fe, Dios hace todo. Absolutamente todo. En ella, “las obras” son inútiles para lograr algo ante Dios. Ante el hombre y para él, son motivo de orgullo.
Querer “ganarse el favor de Dios”, con las obras, coloca al hombre como quien adquiere méritos para estar delante de él, lo cual contradice a La Escritura, que afirma su santidad, la cual imposibilita al hombre para estar delante de su presencia. 
Las obras, vistas así, carecen de todo valor, de cualquier valor, son nada tanto por su origen como por su naturaleza: humanas y pecaminosas.
Con respecto a su naturaleza, son como banderas en la boca del hombre, alarde colorido y exaltado del orgullo y poder humanos. 
En términos de la RVR60, son para “gloriarse”, darse o atribuirse gloria, hacer alarde, presumir… y en palabras del pueblo sería “darse coba”, “hincarse de orgullo”, “creerse la gran cosa”, “agrandarse”, “ser altivo”… 
A alguien así, Dios lo abate. A quien es lo contrario, humilde, Dios lo exalta, “lo hace sentar con los príncipes de su pueblo”. 
Dios es humilde, comprobado en Cristo, a lo largo de toda su vida. Los altivos rechazan a los humildes, los menosprecian. De allí su negación a adorar a Dios. 
Habacuc es claro al mostrar el contraste entre fe y orgullo. La fe da vida y el orgullo muerte. 
Añadamos una similitud entre la fe y las obras. En esencia parecen lo mismo, pues “las obras” dan fruto de nada, son vacías, sostenidas sólo por su estructura de orgullo y su final, la nada, muerte. 
La fe también es nada. A diferencia de la estructura que sostiene a “las obras”, sus bases, columnas y estructura son espirituales, y por ello “nada” del hombre, y “todo” de Dios. 
Podemos hablar de “las obras de la carne” (el orgullo, alarde y altivez humanos y de “las obras de la fe”. 
Ambas son “nada” en el campo humano. Su final es su fruto, y marca la diferencia. Las de la carne terminan en muerte y las de la fe en vida. 
«Las obras de la fe» son nada por su naturaleza divina. Son todo en Dios y nada para el hombre, desde el hombre y por el hombre. Dios hace todo. 
«Las obras de la fe» son del tamaño, las dimensiones, la envergadura, categorías divinas de lo imposible para el humano, y sólo Dios las puede completar. 
«Las obras de la fe» escapan de las dimensiones humanas, no se ajustan a ninguna categoría dimensional histórica, espacial o temporal. Pertenecen a la dimensión eterna, de proceden, de Dios. 
«Las obras de la fe» rebasan todo límite humano. Caen en la esfera de lo imposible. Porque la fe es inasible, ahistórica, atemporal, adimensional, no material. 
«Las obras de la fe» son eminentemente eternas, espirituales, divinas, no humanas, de naturaleza divina, del dominio del Eterno Dios. Pertenecen a su dominio, tanto como las históricas, materiales, temporales y…
«Las obras de la fe» no son “de la carne”, sino de Dios y de naturaleza del Espíritu Santo y sólo de él, quien la engendra, sustenta, alimenta, nutre, hace crecer y vigoriza. 
«Las obras de la fe» no son obras. No son nada. Sólo son confianza, abandono del humano en «los brazos» de Dios, en su palabra, a lo que dijo y uno le creyó. 
«Las obras de la fe» tienen una estructura eterna. Son hechas antes del tiempo, antes de la historia, le preceden, anteceden y son posteriores a ella desde la eternidad. Dios preparó buenas obras de antemano para que anduviésemos en ellas, dice el apóstol Pablo. 
«Las obras de la fe» pertenecen tanto al pasado como al futuro; rebasan y trascienden todo lo histórico, son de un marco atemporal y ahistórico. Son del dominio de Dios tanto en la historia, tangible, como lo imaginario e intencional, no tangible, en el campo del deseo puesto por Dios y realizado por él por medio del creyente.
«Las obras de la fe» son de Dios, iniciadas por él, desarrolladas por él, concluidas por él. 
Dios las concibe, planea, da a luz, lleva a cabo, las hace progresar y lleva a su fin y al fruto que le dan gloria sólo a él
«Las obras de la fe» no le dan jamás gloria al hombre. Son obras de Dios y le dan gloria sólo a él, jamás al hombre. Dios no comparte su gloria con el ser humano. 
«Las obras de la fe» le dan gloria a Dios, glorifican su nombre. Y el pueblo formado por él es un pueblo nacido de la fe, dado a luz en la fe, crece en la fe y en la fe se desenvuelve para darle, con su fe, la gloria debida a su nombre, y ninguna gloria al ser humano. 
«Las obras de la fe» son del Espíritu Santo, y no pertenecen a categoría filosófica humana. En todo caso exponen a la vista lo corrupto del ser humano y lo glorioso de Dios. 
«Las obras de la fe» externan, hacen evidente quién es Dios, y quién el ser humano. Éste jamás podrá igualar, ni en lo mínimo, la naturaleza espiritual de la fe. Sólo puede ser receptor de la fe como don de Dios, pero no puede engendrarla. 
«Las obras de la fe» nacieron en la eternidad y se manifiestan en la historia. Se vuelven, por intención y plan divino, y obra divina, inherentes a quien Dios eligió para ser de su pueblo. 
«Las obras de la fe» son dadas por Dios, de manera soberana, a quien él decidió dárselas. Nadie puede pedirlas, porque son de otra dimensión. Ni siquiera son antitéticas al ser humano. Lo antitético es la de la misma naturaleza que contradice. Y la fe no pertenece a categoría humana, por eso no es antitética. Es de otra dimensión, categoría y naturaleza. 
«Las obras de la fe» de la fe son don de Dios. Por eso nadie habrá de gloriarse, ni de sustentar orgullo alguno delante de Dios, porque le fue dada (la fe) por gracia, sin mérito alguno. 
NATURALEZA DE LA FE
Es ahistórica, no étnica, y no tiene limitantes domésticos, fronterizos, regionales, ideológicos o culturales. 
 Ver la fe desde el A.T., en su nacimiento con Abraham y su enfoque multiétnico, nos hace desembocar en el futuro con el Señor Jesús, los apóstoles y Pablo. 
Con y en el Señor Jesús vemos el cumplimiento de la promesa dada a Abraham. En los discípulos vemos su confirmación en desarrollo gradual, creciente y extensivo, y con Pablo el inicio de la culminación de la promesa hecha a Abraham, con el evangelio llegando a las etnias. 
La fe y su cumplimiento son parte del conflicto del nacimiento del cristianismo, atribuido a Pablo por algunos. Afirmar que Pablo es el creador del cristianismo hace a un lado un hilo de fe manifestada a lo largo de los siglos, pues la fe es un hilo conductor de personas, clanes y pueblos para ver en ellos realizado el plan de Dios. 
Pablo no es el creador del cristianismo, sino un eslabón en la cadena de la fe. Como tal, le da seguimiento a la soga que une a los creyentes hijos de Abraham. 
Sus epístolas no son tanto el fundamento de la fe, ni los cimientos del cristianismo, como sí la evidencia de la confirmación de Dios de llegar a cumplir la promesa de una fe multinacional, multiétnica en los descendientes de Abraham. 
Para cumplir la promesa hecha a Abraham, de ser padre de naciones, padre multiétnico, era necesario llevar la fe a los gentiles. Eso requería anunciarles el evangelio de Cristo, descendente de Abraham. Al mismo tiempo era necesario fundamentar una explicación doctrinal de quién es Cristo, el evangelio, la fe y el cumplimiento. 
Para eso se escribieron las epístolas, para que el mundo gentil comprendiera el evangelio, la fe, quién es Cristo, y cómo ser parte de los planes de Dios y la culminación cósmica de ellos. 
Por ello, «las obras de la fe» han de ser vistas como parte inherente en las mismas Escrituras, y sin duda alguna en los escritos paulinos.
«Las obras de la fe» tienen el mismo valor hoy día para la iglesia del Señor en todo rincón del planeta tierra. 

CONTINUARÁ

lunes, 6 de febrero de 2017

ACTAS Y HECHOS DEL DOCTOR MARTÍN LUTERO, EN LA DIETA DE WORMS*

EN EL NOMBRE DE JESÚS. 1521. ACTAS Y HECHOS DEL DOCTOR MARTÍN LUTERO, EN LA DIETA DE WORMS*

El día martes después del domingo Misericordias Domini del año del Señor, 15211 entró en Worms el doctor Martín Lutero d ela orden agustiniana, llamado por el Emperador Carlos V, Rey de España, Archiduque de Austria, etcétera, quien el el primer año de su impero celebraba la primera dieta den esta ciudad libre. Hacía tres años, el doctor Martín había publicado en Wittemberg, ciudad de Sajonia, para una disputación algunas tesis contra la tiranía del obispo de Roma, las que en el ínterin fueron destruidas y quemadas por muchos, sin ser refutadas por nadie ni con pasajes de las Escrituras ni mediante razonamientos. El asunto empezó a desembocar en un tumulto, puesto que el pueblo defendía la causa del Evangelio contra los clérigos. Debido a ello y a causa de la instigación por parte de los legados romanos, pareció conveniente citarlo por medio del heraldo imperial y con letras de salvoconducto extendidas para este fin por el Emperador y los príncipes. Lo llamaron. Llegó y se hospedó en la casa de los caballeros de Rodas,2 donde lo recibieron hospitalariamente y lo saludaron hasta altas horas de la noche y lo visitaron muchos condes, barones, caballeros distinguidos nobles, sacerdotes y laicos. 
El día después de la llegada, el miércoles,3 antes de la hora de comer, vino Ulrico Von Pappenheim —hombre noble y mariscal del imperio— mandado por el Emperador, y le mostró al doctor Martín una orden de Carlos de presentarse a las cuatro de la tarde ante Su Majestad Imperial, los príncipes electores, los duques y los demás “estados del Imperio” para una audiencia referente al asunto por el cual había venido. Como correspondía, el doctor Martín acató la orden con prontitud. 
E inmediatamente después de tocar las cuatro de aquel día, vino don Ulrico von Pappenheim y Gaspar Sturn, heraldo imperial para Alemania, quien como “rey de armas” había llamado al doctor Martín de Wittemberg y lo había conducido a Worms. Estos dos señores lo invitaron y lo acompañaron a través de la huerta de la casa de los caballeros de Rodas a la casa del conde Palatino. Y para que no fuera molestado por la multitud, que era numerosa en el camino acostumbrado hacia el palacio del Emperador, llegó casi furtivamente por alguna escalera a la sala de audiencias. Empero, esto no escapó a la atención de muchos que casi por la fuerza se les impedía entrar. Y con el afán de mirar, la mayoría subió a los techos de las casitas. 
Pero cuando el doctor Martín estaba en presencia de la Majestad Imperial, de los príncipes electores, de los duques, en fin, de todos los estados del Imperio que en aquel entonces acompañaban al Emperador, Ulrico von Pappenheim lo exhortó para que no hablase nada sin ser preguntado. 
Entonces Juan Eck, orador de la Majestad Imperial, oficial mayor del obispo de Tréveris, pronunció primero en latín y después en alemán la misma alocución, como sigue: 

La Majestad Imperial te ha citado aquí, Martín Lutero, por estas dos causas: primero, para que reconozcas públicamente en este lugar si soy tuyos los libros divulgados hasta ahora bajo tu nombre; segundo, una vez que los hayas reconocido, si quieres que todos sean considerados tuyos o si deseas revocar algo de ellos. 

En este momento el doctor Jerónimo Schurff,4 suizo de San Gall, que estaba al lado de Martín exclamó: “Que se lean los títulos”. Entonces el oficial de Tréveris recitó nominalmente de los libros del doctor Martín aquellos que al mismo tiempo se habían publicado en Basilea. Entre ellos se enumeraron también los Comentarios a los Salmos, el tratado de Las Buenas Obras, el Comentario al Padrenuestro y fuera de ellos algunos folletos cristianos, no contenciosos. 
Después de esto y en relación con ello el doctor Martín dio la siguiente contestación en alemán y latín: 

La Majestad Imperial me propone dos preguntas: primero, si quiero que todos los libros que llevan mi nombre se consideren como míos; segundo, si tengo la intención de mantener su contenido o de revocar en efecto algo de lo que hasta ahora he publicado. A estas dos preguntas responderé breve y rectamente, según pueda, primero, no puedo dejar de incluir entre los míos los libros ya nominados, ni jamás negaré algo de ellos. En cuanto a la próxima cuestión, si mantengo por igual todo o si revoco lo que se considere dicho sin un testimonio de las Escrituras, se trata de un asunto de la fe y de la salvación de las almas y concierne a la Palabra Divina. No hay nada más sublime tanto en el cielo como en la tierra y con razón todos debemos venerarla. Por ello, sería temerario y a la vez peligroso afirmar algo que no estuviese bien pensado. Sin meditación previa podría aseverar menos de lo que al asunto demanda, como asimismo más de lo que a la verdad corresponde. En ambos casos yo caería bajo la sentencia enunciada por Cristo, cuando dijo:5 “A cualquiera que me niegue delante de los hombres, yo también le negaré delante de mi Padre que está en los cielos”. Por esta razón, ruego y suplico a Vuestra Majestad que se me conceda tiempo para reflexionar, a fin de que en la interrogación pueda contestar satisfactoriamente sin incurrir en una ofensa a la Palabra Divina y sin caer en un peligro para mi alma. 

A raíz de esta declaración comenzó una deliberación entre los príncipes de cuyo resultado dio cuenta el oficial de tréveris de la siguiente manera:

Martín, aunque por la orden imperial hubieses podido comprender suficientemente para qué te han citado y por esta causa no mereces que se te dé más tiempo para pensar, no obstante la Majestad Imperial, por clemencia innata te concede un día para meditar, con el fin de que mañana a la misma hora comparezcas ante él bajo la condición de que no presentes tu declaración por escrito, sino que la expongas oralmente. 

Luego el heraldo volvió a conducir al doctor Martín a su albergue. En esta oportunidad no se pudo evitar que en el lapso transcurrido entre su salida para obedecer la orden del Emperador y su aparición en la misma asamblea de los príncipes, varias personas a voces lo amonestasen a ser valiente y proceder con hombría y6 a no temer a los que pueden matar el cuerpo mas el alma no pueden matar, sino más bien temer a aquel que puede precipitar al infierno tanto el alma como el cuerpo. También:7 “Cuando estuvieres delante de reyes, no os preocupéis por lo que habréis de decir, porque os será dado en aquella hora”. Uno de los presentes exclamó:8 “Bienaventurado el viente que te trajo”. Así terminó este día.  
El próximo día jueves,9 después de las cuatro de la tarde, vino el heraldo a buscar al doctor Martín, y lo condujo a la corte del Emperador. Allí quedó hasta las seis a causa de las ocupaciones de los príncipes, esperando en medio de una gran multitud que se agolpaba debido a la muchedumbre de gente. Cuando la asamblea se había sentado y mientras Martín estaba de pie, el oficial prorrumpió con estas palabras: 

La Majestad Imperial te fijó esta hora, Martín Lutero, puesto que admitiste públicamente que los libros ayer nombrados eran tuyos. Además, en cuanto a la cuestión de que si querías que algo de ellos fuera tenido por írrito o si aprobabas todo lo que publicaste, pediste un plazo para reflexionar que ha expirado ahora, aunque por derecho no hubieras debido solicitar más tiempo para pensar, puesto que con tanta anticipación sabías a qué habías sido citado. Además todos están de acuerdo en que la cuestión de la fe es tan cierta que cuando se le pregunta a cualquiera en alguna oportunidad, puede dar segura y constante razón de ella y más aún a ti, tan grande y tan docto profesor de teología. ¡Adelante, entonces! Responde al requerimiento de Su Majestad, cuya benignidad notaste al pedir un plazo para meditar. ¿Quieres defender todos los libros que reconociste como tuyos o deseas retractarte de algo? 

Estas palabras las pronunció el oficial en latín y alemán, pero de manera más virulenta en latín que en alemán. 
Y el mismo doctor Martín replicón en latín y en alemán, si bien humildemente, sin elevar la voz y con modestia, pero no sin valor ni firmeza cristianos de tal manera que sus adversarios hubieran deseado un modo de hablar y un ánimo más abatidos. Pero con gran ansiedad esperaban una revocación basando cierta expectativa en el hecho de que él había pedido un plazo para meditar. 

DISCURSO DEL DOCTOR MARTÍN LUTERO ANTE EL EMPERADOR Y LOS PRÍNCIPES DE WORMS, EL DÍA JUEVES DESPUÉS DE MISERICORDIAS DOMINI

En el nombre de Jesús
Serenísimo Señor Emperador, Ilustrísimos Príncipes, Clementísimos Señores: a la hora que se me fijó anoche comparezco obediente y suplicando por la misericordia de Dios que Vuestra Serenísima Majestad y Vuestras Ilustrísimas Señorías se dignen escuchar clementes esta causa que es justa y recta tal como yo lo espero y perdonar benignamente si no le hubiera dado a alguien por impericia los títulos que le corresponden o si de alguna manera hubiera pecado contra las costumbres y el ceremonial de la corte, puesto que no soy hombre acostumbrado a ella, sino a las celdas del convento. No puedo declarar sobre mí otra coas sino lo que hasta ahora he enseñado y escrito con simplicidad de corazón, teniendo en vista sólo la gloria de Dios y la sincera instrucción de los fieles cristianos. 
Serenísimo Emperador, Ilustrísimos Príncipes, Vuestra Serenísima Majestad me propuso ayer dos preguntas, a saber si yo reconocía como míos los libros nombrados y editados bajo mi nombre y si quiero perseverar en ellos defendiéndolos o si deseo revocarlos. Di una pronta y clara a la primera y en esto persisto hasta ahora y persistiré eternamente, es decir, estos libros son míos y yo los publiqué bajo mi nombre, a no ser que hubiera sucedido en el ínterin por casualidad o por sagacidad que alguno de mis émulos, ya sea por astucia o por sagacidad importuna, hubiese cambiado algo en ellos o sacado taimadamente una parte, puesto que plenamente no reconozco nada que no pertenezca a mí sólo y no haya escrito por mí mismo con exclusión de toda interpretación sutil de cualquiera. 
Al contestar a la segunda pregunta, ruego que Vuestra Serenísima Majestad y Vuestras Señorías se dignen notar que no todos mis libros son de una misma clase. 
Hay, pues, algunos en los cuales he expuesto la fe religiosa y la moral de manera tan sencilla y evangélica que los mismos adversarios se ven compelidos a admitir que son útiles, inofensivos y claramente dignos de ser leídos por cristianos. Incluso la bula,10 si bien es impetuosa y cruel reconoce que algunos son inocuos, aunque los condene también con un criterio verdaderamente monstruoso. Por lo tanto, si yo empezase a revocarlos, os ruego: ¿qué haría sino condenar como único entre todos los mortales esta verdad que amigos y enemigos por igual confiesan pugnando sólo frente al criterio concorde de todos?
Otra clase de libros la componen aquellos que atacan al papa y a los asuntos de los papistas en cuanto que sus doctrinas y sus pésimos ejemplos han devastando al mundo cristiano mediante un mal que afecta tanto al cuerpo como al espíritu. Nadie puede negarlo o disimularlo, porque la experiencia de todos y las quejas universales atestiguan que por las leyes fueron enredadas, vejadas y torturadas en la forma más horrible, mientras la increíble tiranía devoró los bienes y el patrimonio, sobre todo en esta ínclita nación alemana y aún sigue devorándolos sin cesar hasta el día de hoy por medios indignos, mientras ellos mismos por sus propios decretos (como dist. 9 y 25, g.1 y 2)11 advierten que las leyes y las doctrinas del papa han de tenerse por erróneas y réprobas cuando se oponen al Evangelio y a las sentencias de los Padres. Por consiguiente, si yo revocara también estos libros no habría hecho otra cosa que fortalecer más la tiranía y abrir ya no las ventanas, sino las puertas a tanta impiedad que robaría más amplia y más libremente de lo que se ha atrevido a hacerlo jamás hasta este momento. Y por el testimonio des esta revocación mía, el reino de su maldad y muy licenciosa y del todo impune se hará completamente intolerable para el mísero vulgo y, no obstante, quedaría fortalecido y consolidado, principalmente si divulgasen la noticia de que yo lo hice en virtud de la autoridad de Vuestra Serenísima Majestad y de todo el Imperio Romano. ¡Oh Dios mío, qué tapujo sería yo para la malignidad y tiranía!
El tercer género lo componen los libros que escribí contra algunas personas privadas y (como ellos dicen) distinguidas, es decir, las que se empeñan en defender la tiranía romana y en aniquilar la piedad que yo enseñaba. Confieso que he sido más acerbo de lo que corresponden a mi estado de monje profeso. No quiero tampoco pasar por santo ni estoy disputando sobre mi vida, sino sobre la doctrina de Cristo. No es correcto tampoco que revoque estos escritos porque, debido a semejante retractación, nuevamente podría acontecer que bajo mi patrimonio reinasen la tiranía y la impiedad y se ensañaran contra el pueblo de Dios de una manera más violenta que nunca. 
Sin embargo, como soy hombre y no Dios, no puedo defender mis libritos con otra protección que con aquella que el mismo Señor mío Jesucristo defendió su doctrina. Cuando ante Anás lo interrogaron sobre su doctrina y un criado le dio una bofetada, dijo:12 “Si he hablado mal, testifica en qué está mal”.  Si el mismo Señor que sabía que no podía errar, no obstante, no se negó a escuchar un testimonio contra su doctrina, ni siquiera por el siervo más vil, cuánto más yo, que soy una hez capaz sólo de errar, debo desear y esperar que alguien quiera dar testimonio contra mi doctrina. En consecuencia, Vuestra Serenísima Majestad e Ilustrísimas Señorías, ruego por la misericordia de Dios, que cualquiera en fin, ya sea el más alto o el más bajo, con tal que sea capaz, de testimonio, me convenza de mis errores y los refute por medio de escrituras proféticas y evangélicas. Estaré del todo dispuesto, si me convencen, a renunciar a cualquier error y seré el primero en arrojar mis libros al fuego. 
Creo que por mis declaraciones queda patente que he considerado y examinado bastante los riesgos y peligros como asimismo las pasiones y disensiones que se produjeron en el mundo con ocasión de mi doctrina y de los cuales me amonestaron ayer grave y fuertemente. Pero el aspecto más agradable en estos asuntos lo constituye para mí el ver que surgen pasiones y disensiones a causa de la Palabra de Dios. Es, en efecto, el camino, la oportunidad y el resultado de la Palabra Divina, como Cristo dice:13 “No he venido para traer paz, sino espada. He venido para poner en disensión al hombre contra su padre, etcétera”. Por ello, hemos de pensar cuán maravilloso y terrible es nuestro Dios en sus consejos para que aquello que aplicamos con el objeto de aplacar las pasiones no se transforme por ventura más bien en un diluvio de males intolerables, si empezamos a condenar la Palabra. Y hay que procurar que no resulte infeliz y desafortunado el gobierno de este adolescente óptimo, el Príncipe Carlos (en el cual después de Dios se cifra gran esperanza). Podría ilustrar esta afirmación con abundantes ejemplos tomados de las Escrituras: el faraón, el rey de Babilonia, los reyes de Israel se arruinaron completamente cuando trataban de pacificar y estabilizar sus reinos mediante consejos sapientísimos. Es el mismo Dios que “prende a los sabios en la astucia de ellos”14 y que arranca los montes antes que se den cuenta”.15 Por tanto, es menester temer a Dios. No digo esto porque jefes tan altos necesiten de mi enseñanza y admonición, sino porque no debería sustraerme a la debida obediencia a mi Alemania. Y con estas palabras me encomiendo a Vuestra Majestad Serenísima y a Vuestras Señorías, rogando humildemente que no toleréis que por los celos de mis adversarios sin causa alguna quede aborrecible para vosotros. He dicho. 
Después de este discurso el orador del Imperio dijo en todo de reproche que yo16 no había respondido a la pregunta y que no debía cuestionarse lo que ya anteriormente se había condenado y definido en los concilios. Por ello lo que se me pedía era una respuesta simple, no ambigua,17 si quería revocar o no. 
Entonces yo contesté: 
Como, pues Vuestra Serenísima Majestad y Vuestras Señorías pedís una respuesta simple, la daré de un modo que no sea ni cornuda ni dentada. Si no me convencen mediante testimonios de las Escrituras o por un razonamiento evidente (puesto que no creo al papa ni a los concilios solos, porque consta que han errado frecuentemente y contradicho a sí mismo), quedo sujeto a los pasajes de las Escrituras aducidos por mi y mi conciencia está cautiva de la Palabra de Dios. No puedo ni quiero retractarme de nada, puesto que no es prudente ni recto obrar contra la conciencia.18 

Los príncipes deliberaron sobre este discurso del doctor Martín.19 Después que ellos lo habían examinado, el oficial de Tréveris trató de destruirlo de la siguiente manera: 

Martín, contestaste con más modestia de lo que corresponde a tu persona y además no respondiste a la pregunta propuesta. Hiciste varias distinciones entre tus libros, pero de una manera que todo ello no facilita en nada la investigación. Si te retractases de aquellos en los cuales consta buena parte de tus errores, indudablemente Su Majestad Imperial por clemencia innata no toleraría que se persiguiesen los demás que son buenos. Pero resucitas errores ya condenados por toda la nación alemana y quieres que se te refute por las Escrituras. En eso estás delirando gravemente. ¿Qué objeto tiene suscitar una nueva discusión sobre asuntos ya condenados a través de tantos siglos por la iglesia y el concilio?, a no ser que acaso se deba rendir cuenta a cualquiera de todo asunto. Si alguna vez se impusiera la norma de que cualquiera que contradijese a los concilios y a los pensamientos de la Iglesia debiera ser refutado por pasajes de las Escrituras, no tendríamos nada cierto o determinado en la cristiandad. Y ésta es la causa por la cual Su Majestad Imperial te exige una respuesta simple y clara, ya sea negativa o afirmativa. ¿Quieres defender todos tus libros como católicos? ¿O quieres revocar algo de ellos? 

Sin embargo, el doctor Martín rogó a su Majestad Imperial que no permitiese que fuera compelido a retractarse sin claros argumentos por parte de sus oponentes contra su conciencia cautiva de las Sagradas Escrituras e impedida por ellas. Si se le pidiese una respuesta no ambigua sino simple y franca, no tendría otra que la que ya anteriormente había dado. Si con argumentos suficientes, sus adversarios no librasen su conciencia enredada en aquellos errores, como ellos lo llamaban, no podría salir de las redes en que estaba envuelto. No es de por sí verdad lo que los concilios resolvieron, más bien ellos erraron y a menudo se contradijeron a sí mismos. Por tanto no valía el argumento de sus oponentes. él podría comprobar que los concilios se habían equivocado. No podría revocar lo que las Escrituras expresamente afirmaban. A esta exposición añadió como exclamación: “¡Que Dios me ayude!”
A estas palabras el oficial sólo contestó brevísimamente que no podía comprobarse que un concilio hubiese errado. Martín, en cambio prometió que él podía y quería demostrarlo. Pero como ya la oscuridad había invadido toda la sala de audiencia, cada cual se fue a su casa. Cuando Lutero, el hombre de Dios, se retiró de Su Majestad Imperial y del tribunal, un grupo numeroso de españoles le siguió con mofas y escarnio manifiestos gritando desaforadamente. 
El día viernes después de Misericordias Domini,20 cuando los príncipes electores, duques y demás estados que suelen asistir a las consultaciones se había reunido, el Emperador mandó a la asamblea un escrito autógrafo del siguiente contenido:21 

Nuestros antepasados, que eran también príncipes cristianos, fueron, no obstante, obedientes a la Iglesia romana que ahora impugna el doctor Martín. Y como éste se ha propuesto no ceder ni un ápice en sus errores, no podemos apartarnos con decoro del ejemplo de nuestros mayores y hemos de proteger la antigua fe y prestar ayuda a la Santa Sede. Por ello, perseguiremos a Martín y sus correligionarios con la proscripción y con otros medios cualesquiera para cerrarle el camino. 

Pero como no quería violar la promesa dada y sucripta, procuraría que Lutero regresara seguro al lugar de donde había sido citado. 
Los príncipes electores, los duques y los demás estados del Imperio debatían esta sentencia de Carlos durante toda la tarde del viernes y aun todo el sábado siguiente,22 de manera que el doctor Martín hasta entonces no recibió respuesta alguna por parte de Su Majestad Imperial. 
Mientras tanto lo vieron y lo visitaron muchos príncipes, condes, barones, caballeros, nobles y sacerdotes tanto religiosos como seglares, para no mencionar la multitud de gente común. Éstos sitiaban su residencia continuamente y no podían saciarse verlo. 
Se fijaron dos carteles: uno contra el doctor, el otro parecer a su favor, aunque muchas personas bien informadas opinaban que lo habían hecho sus enemigos a fin de que hubiese motivo para anular el salvoconducto, lo que buscaban afanosamente los legados romanos. 
El lunes después del Jubilate,23 antes de la cena, el arzobispo de Tréveris avisó al doctor Martín que se presentase ante él a la hora sexta del próximo miércoles antes de la comida en un lugar que mientras tanto se determinaría. 
El día de la fiesta de San Jorge24 durante la cena vino un mensajero de la casa del arzobispo de Tréveris por orden de su príncipe, rogando que Lutero se presentase al día siguiente a la hora oportunamente fijada en el alojamiento de sus señor. 
El miércoles después de la festividad de San Jorge25 el doctor Martín obedeciendo la orden entró en la residencia del arzobispo de Tréveris, conducido por un sacerdote de aquél y por el heraldo imperial y seguido por los que lo habían acompañado cuando venía para acá de Sajonia y Turingia como asimismo por algunos muy buenos amigos más. Cuando estaba en presencia del arzobispo de Tréveris, del margrave Joaquín de Brandenburgo, del duque de Jorge de Sajonia, del obispo de Augsburgo,26 del obispo de Brandenburgo,27 del maestre de la orden de los caballeros teutónicos,28 del conde Jorge von Werthem, del doctor Brock de Estrasbusgo y del doctor Peutinger,29 el doctor Vehus, canciller del margave de Baden, empezó a hablar declarando: él (Lutero) no había sido llamado a esta entrevista para entrar en una controversia o disputación, sino que sólo, por caridad cristiana, y por cierta clemencia, los príncipes habían pedido a Su Majestad Imperial el permiso de exhortarlo clemente y fraternalmente. Además aun cuando los concilios hubiesen estatuido cosas diferentes, no obstante, no habían ordenado cosas contrarias entre sí. Aunque hubiesen errado en sumo grado, por ello no quedaría aniquilada su autoridad, a lo menos no hasta el punto de que cualquiera pudiese apoyarse en su propia opinión para oponerse a ellos. Agregó mucho sobre el centurión30 y sobre Zaqueo31 y también sobre las instituciones humanas, las ceremonias, los estatutos, afirmando que todas ellas se habían sancionado para reprimir los vicios de acuerdo con el carácter y las vicisitudes de los tiempos. La iglesia tampoco podría carecer de instituciones humanas. Manifestó también que por los frutos es conocido el árbol32 y que se dice que de las leyes han surgido muchas cosas buenas. San Martín, San Nicolás y muchos otros santos habían participado en concilios. Además aseveró que los libros de Lutero suscitarían inmensas perturbaciones e increíbles tumultos y que el vulgo abusaba del libro La libertad cristiana para librarse del yugo y para fundar su desobediencia; que él estimaba que la situación era harto distinta de la del tiempo cuando los creyentes eran de un corazón y alma.33 Por tanto se necesitaban leyes. Además debía considerarse lo siguiente: Aunque Lutero había escrito muchas cosas buenas e indudablemente de buen espíritu, como La justicia triple y otros, el diablo ya trataba por insidias ocultas que todas sus obras fueran condenadas para siempre. Pues podría suceder que fuese juzgado por sus últimas publicaciones, como el árbol no se conoce por la flor sino por el fruto. Aquí agregó una cita34 referente al demonio que anda al mediodía, a la peste que vaga en las tinieblas y a la saeta que vuela. Todo el discurso tenía carácter exhortatorio y abundaba en giros retóricos comunes acerca de la utilidad y de las ventajas de las leyes y por otra parte, sobres los peligros para la conciencia y el bien público y privado. Tanto al principio como en el medio y en el fin inculcó siempre lo mismo, a saber, que esta admonición se debía a la voluntad propensísima y a una clemencia singular de los príncipes. Al término, en un epílogo añadió amenazas diciendo que, si Lutero perseverase en su propósito, el Emperador procedería contra él desterrándolo del Imperio y condenando sus obras y le advirtió que pensase y meditase en estas cosas y en las demás. 
Respondió el doctor Martín:  

Clementísimos e ilustrísimos príncipes y señores, lo más humildemente que puedo os doy gracias por esta clementísima y benignísima voluntad a que se debe esta admonición. Reconozco, pues, que soy un pobre hombre demasiado vil para ser amonestado por tan grandes príncipes. No he criticado todos los concilios sino sólo el de Constanza y principalmente porque condenó la Palabra de Dios, lo cual queda evidente por este artículo de Juan Hus que allí fue desaprobado: “La Iglesia de Cristo es la universidad de los predestinados”. Esta proposición la condenó el concilio de Constanza y con ella este artículo de fe “Creo en una Santa Iglesia Católica”. Él no rehusaba sacrificar su vida y su sangre, con tal que no fuera compelido a tal punto que se viese obligado a revocar la clara Palabra de Dios. Porque para defenderla, “es menester obedecer a Dios antes que a los hombres”.35 Pero hay dos clases de escándalo, el de la caridad y el de la fe. El escándalo de la caridad concierne a la ética y a la vida: el de la fe o de la doctrina, en cambio, atañe a la Palabra de Dios y no puede evitarse. Por esto mismo no puede garantizarse que Cristo llegue a ser “piedra de tropiezo”.36 Si verdaderamente se predica la fe y los magistrados son buenos, la sola ley será suficiente y las leyes humanas inútiles. Él sabía que se debía obedecer a los magistrados y a las potestades aun cuando viviesen mal e inicuamente. No ignoraba que debía posponerse la propia opinión y así lo había enseñado en sus escritos. Con tal que no fuera constreñido a negar la Palabra de Dios cumpliría obedientísimamente con todo lo demás. 

Se retiró el doctor Martín y los príncipes consultaron entre sí qué debían mandar hacer con este hombre. Cuando Lutero había regresado a la sala, el doctor Baden37 repitió las demandas anteriores amonestándolo que sometiese sus escritos al juicio del Emperador y del Imperio. 
Respondió humilde y modestamente el doctor Martín, que él no permitía ni permitiría que se dijese que él había temido el juicio del Emperador, de los grandes y de los estados del Imperio; que estaba tan lejos de tener miedo al examen de ellos que permitiría que sus obras fuesen aquilatadas de la manera más minuciosa y severa bajo la condición de que esta indagación se hiciera con la autoridad de las Sagradas Escrituras y de la Palabra de Dios. Pero la Palabra divina era para él tan clara que no quería ceder, si no se le enseñase algo mejor mediante ella. San Agustín escribía que había aprendido a dar sólo a los libros llamados canónicos el honor de ser tenidos por verídicos, pero a los demás doctores, por santos y doctos que fuesen, él creía solamente cuando decían la verdad. Con respecto a este punto San Pablo había escrito a los Tesalonicenses:38 “Examinadlo todo; retened lo bueno”, y a los Gálatas:39 “Mas aun cuando un ángel del cielo viniere y predicare otra cosa, sea anatema”. No se le debía creer. Por ello él les imploraba tanto más que no impeliesen su conciencia, que estaba atada por los lazos de la misma Escritura y de la Palabra divina, a negar tan clara Palabra de Dios. Y para que lo considerasen como confiable tanto privadamente como ante la Majestad Imperial, manifestó que en lo demás haría todo con la mayor condescendencia. 
Como hubo dicho estas palabras, el margrave elector de Brandenburgo le preguntó si había manifestado con esto que no cedería, si no fuese convencido por las Sagradas Escrituras. Respondió el doctor Martín: “También, Clementísimo Señor, por razonamientos clarísimos y evidentes”. 
Cuando así se había disuelto la reunión y los demás príncipes se fueron a la corte, el arzobispo de Tréveris llamó al doctor Martín a su comedor. Lo acompañaban el oficial Juan Eck y Cocleo40 y a su Martín, Jerónimo Schurff41 y Nicolás Amsdorf.42 El oficial comenzó a hablar como causídico: que las herejías casi siempre se habían originado de las Escrituras Sagradas, por ejemplo la de Arrio del pasaje “El Padre mayor es que yo”.43 Otra se debía a las palabras del Evangelio: “José no conocía a su mujer hasta que parió a su hijo primogénito”.44 Después llegó a tratar de desvirtuar la proposición de que la Iglesia católica es la universalidad de los santos. Se atrevió también a hacer trigo del joyo y miembros de los excrementos del cuerpo. Cuando hubo pronunciado éstas y parecidas necedades de inmediato lo reprendieron con palabras el doctor Martín y el doctor Jerónimo. Juan Cocleo intervino ruidosamente con él único fin de que desistiese de su propósito y que no enseñase más. Al fin se separaron. Al arzobispo de Tréveris le habría gustado que volviesen después de la comida. Pero el oficial y Cocleo no estaban conformes con ello. 
Después de la comida Cocleo acometió al doctor Martín en su alojamiento con argucias odiosísimas (siendo refutado modestamente por Jerónimo, Jonas45 y Tilonino.46 Cocleo no titubeó en exigir que Lutero renunciase al salvoconducto y disputara públicamente con él y lo exhortó a revocar. Mas el doctor Martín en su increíble benevolencia y bondad trataba benignamente a este hombre y, cuando estaba por irse, lo amonestó para que no cediese demasiado a las pasiones y que adujera la autoridad de la Divina Escritura si quería escribir contra él, puesto que de otro modo no conseguiría nada. 
En la sobretarde el arzobispo de Tréveris avisó al doctor Martín por intermedio de Amsdorf que el Emperador había prolongado el salvoconducto por dos días más para que en el ínterin se pudiera conferenciar con él. Por ello, en el próximo día el doctor Peutinger47 y el doctor de Baden48 lo visitarían para este fin y naturalmente él mismo también quería tratar con Lutero. 
El jueves, día de la fiesta de San Marcos,49 de mañana, Peutinger y Vehus de Baden trataron de persuadir al doctor Martín que simple y absolutamente sometiesen sus libros al juicio del Emperador y del Imperio. Lutero contestó que haría y toleraría todo, con tal que ellos se basaran en la autoridad de las Sagradas Escrituras puesto que él no confiaría en ninguna cosa menor. Dios había manifestado por el Profeta primero:50 “No confiéis en los príncipes ni en hijo de hombre, pues no hay en él salvación”. Además:51 “Maldito el varón que confía en el hombre”. Cuando urgieron con mayor vehemencia, Lutero respondió que no había nada que fuera menos apropiado para ser sometido al juicio de los hombres que la Palabra de Dios. Así se fueron rogándole que pensase en una contestación mejor y comunicándole que regresarían inmediatamente después de la comida. 
Después de comer volvieron y en vano procuraron conseguir lo mismo que antes del mediodía, rogándole que por lo menos sometiese sus obras al juicio de un concilio futuro. Lutero concedió también esto, pero bajo la condición de que le mostrasen los artículos sacados de sus libros que serían sometidos al concilio y que los juzgaran por el testimonio de las Escrituras y de la Palabra de Dios. Mas aquéllos salieron de la casa del doctor Martín y dijeron al arzobispo de Tréveris que él había prometido que sometería al concilio algunos artículos de sus libros y que en el ínterin se callaría con respecto a ellos. Pero el doctor Martín jamás ni siquiera había pensado en esto, porque hasta este momento siempre había rehusado a negar o a desechar algo que concerniera a la Palabra de Dios. 
Por ello, sucedió por obra de Dios que el arzobispo de Tréveris llamara al doctor Martín para escucharlo personalmente. Cuando notó que no era así como los doctores lo habían informado, manifestó que él lo hubiera pagado caro, si no hubiese escuchado también a Lutero, puesto que de otra manera enseguida habría ido a ver al Emperador para comunicarle lo que los doctores habían informado. 
Después de despedir a los testigos, el arzobispo de Tréveris habló clementísimamente con el doctor Martín tanto respecto al juicio del Emperador y del Imperio como referente al juicio del concilio. En esta conversación el doctor Martín, no ocultando nada al arzobispo de Tréveris, manifestó que era muy poco seguro someter un asunto tan importante a los que, aprobando la condenación y la bula del papa, atacándolo con nuevos mandamientos lo habían condenado, mientras que él fue citado bajo salvoconducto. 
Después de admitir también a un amigo de Lutero,52 el arzobispo de Tréveris le preguntó por qué medio podía hacerse frente a esta situación. Éste respondió que no había nada mejor que lo que manifestara Gamaliel en el quinto capítulo de los Hechos,53 según el testimonio de San Lucas: “Si este consejo o esta obra es de los hombres, desvanecerá; mas si es obra de Dios, no la podréis destruir”. Esto podrían escribir al Emperador y a los estados del Imperio, al Pontífice Romano. Él (Lutero) sabía que, si su obra no fuese de Dios, perecería espontáneamente dentro de tres y aun dentro de dos años. 
Cuando dijo el arzobispo de Tréveris qué haría si se extrajesen de sus obras artículos para ser sometidos al concilio, Lutero contestó que aceptaría, con tal que no fuesen aquellos que habían sido condenado por el concilio de Constanza. Replicó el arzobispo de Tréveris que efectivamente temía que fueran esos mismos. A esto contestó Lutero: 
Bajo esta condición no puedo ni quiero callar porque estoy convencido de que por estos decretos se ha condenado la Palabra de Dios y prefiero perder la vida y la cabeza antes que abandonar tan clara Palabra de Dios. 
Como el arzobispo de Tréveris se dio cuenta de que el doctor Martín de ninguna manera sometería la Palabra de Dios al juicio de los hombres, lo despidió con clemencia. Cuando Lutero le preguntó si quería procurarle de la Majestad Imperial el clemente permiso para partir, aquel contestó que se ocuparía en debida forma de este asunto y que se lo anunciaría. 
Poco después el oficial de Tréveris,54 en presencia del canciller de Austria55 y de Maximiliano, secretario del Emperador,56 en la posada de Lutero le comunicó por orden del Emperador lo siguiente: como Lutero, tantas veces amonestado por el Emperador, los electores, los príncipes y los estados del Imperio, no había querido volver al corazón y la unidad de la fe católica, sólo restaba que el Emperador procediera en su calidad de defensor de esta fe. Por ello el Emperador mandaba que dentro de veintiún días desde esa fecha regresase seguro a su domicilio, bajo salvoconducto y con garantía de la libertad, pero que no conmoviera al pueblo con sermones o escritos en el viaje. 
El cristianísimo padre con toda modestia contestó: 
Como a Dios le plugo, así sucedió. Bendito sea el nombre del Señor.57 Ante todo muy humildemente doy las gracias a la Serenísima Majestad Imperial, a los príncipes electores, a los príncipes y demás estados del Imperio por la audiencia tan benigna y clemente, como asimismo por el salvoconducto que se ha observado y se observará. En todo este asunto he deseado sólo una reforma conforme a las Sagradas Escrituras y en ella he insistido con toda urgencia. En lo demás toleraré todo por parte de la Majestad Imperial y del Imperio: vida y muerte, fama e infamia. No me reservo absolutamente nada para mí, sino el solo derecho de confesar y testimoniar libremente la Palabra del Señor. Con toda humildad me encomiendo y me someto a la Majestad Imperial y a todo el Imperio. 
Por ello, al día siguiente, o sea viernes después de Jubilate, el 26 de abril, saludó a sus protectores y amigos que frecuentemente lo habían visitado, tomó un desayuno y a las diez partió de Worms acompañado por los que lo habían escoltado en su viaje de ida y además por Jerónimo Schuff, jurisconsulto de Wittemberg. Gaspar Sturm, el heraldo, le siguió algunas horas más tarde y lo encontró cuando había salido de Oppenheim acompañándolo en adelante por orden verbal del Emperador Carlos.
¡Que Dios preserve por muchísimo tiempo para la iglesia y a la vez para la Palabra al muy pío hombre nacido para defender y enseñar el Evangelio! Amén.  

Tomado de Lecturas Universitarias 15, ANTOLOGÍA DEL RENACIMIENTO A LA ILUSTRACIÓN. TEXTOS DE HISTORIA UNIVERSAL, Universidad Nacional Autónoma de México, Número 15, México, Dirección General de Publicaciones, 1972, pp. 147-159. 
NOTAS
* Martín Lutero, op. cit
1 16 de abril de 1521.
2 Caballeros de San Juan. 
3 17 de abril. 
4 Profesos de derecho canónico en la Universidad de Wittemberg y abogado de Lutero. 
5 Mt. 10:33
6 Mt. 10:28
7 Lc. 12;11-12
8 Lc. 11;27
9 18 de abril de 1521.
10 Bula Exsurge Domine del 15 de junio de 1520.
11 Referencia al derecho canónico. 
12 Jn. 18:23
13 Mt. 10:34 y ss.
14 Job 15:13
15 Job 9:5
16 Nótese que el relato pasa de la tercera persona del singular a la primera. 
17 Lat. cornutum responsum, contestación ambigua. Compárese Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia Española, bajo armento cornuto. 
18 Ich kan nicht anderst, hie stehe ich, Got helff mir Amen. (“No puedo proceder de otra manera, aquí estoy, ¡que Dios me ayude! Amén”.) Oración alemana dentro del texto latino según la edición de Wittemberg, base del texto de la edición de Weimar. La autenticidad de la sentencia es discutida. Según otras publicaciones, Lutero dijo solamente: Deus adiuvet me. (Que Dios me ayude.)
19 Nótese el paso a la tercera persona. 
20 19 de abril de 1521.
21 Declaración de Carlos V, escrita en francés; publicada en Deutsche Reigstagsakten, Kaiser Karl V, pág. 594 y ss
22 El 20 de abril de 1521. 
23 22 de abril. 
24 23 de abril. 
25 24 de abril. 
26 Cristóbal von Stadion. 
27 Jerónimo Scultetus. 
28 Teuderico von Cleen. 
29 De Augsburgo. 
30 Mt. 8:8 y ss
31 Lc. 19:6 y ss.
32 Mt. 12:33. 
33 Hch. 4:32.
34 Sal. 91:5 y ss.
35 Hch. 5:29.
36 Cf. Lc. 2:34; Is. 8:14-15; Ro. 9:32 y 1 P. 2:8.
37 Vehus.
38 1 Ts. 5:21.
39 Ga. 1:8.
40 Deán de Francfort y del Meno. 
41 Véase nota 4. 
42 Canónigo de Wittemberg y profesor de la universidad. 
43 Jn. 14:28.
44 Mt. 1:25.
45 Justo Jonas, profesor de derecho en Wittemberg. 
46 Tileman Conradi de Gotinga. 
47 De Augsburgo. 
48 Vehus
49 25 de abril. 
50 Sal 146:3.
51 Jer. 17:15.
52 Jorge Spalatino.
53 Hch. 5:38 y ss
54 Juan Eck. 
55 Juan Schnaidpeck. 
56 Maximiliano von Zevenberghen. 

57 Job. 1:21.